Finalmente un grupo de 9 compañeros de subacuáticas hemos podido cumplir la promesa de volver al Rojo tras el primer viaje que realizamos a Sharm el-Sheij (Egipto) en Marzo de 2019. En cuanto tengamos el material preparado publicaremos el post sobre el viaje de este año. Por el momento, aquí os mostramos la crónica del viaje que realizamos el pasado año, antes de toda esta película que estamos viviendo actualmente con el Covid.
Nuestro amigo Javier Castro desde Burgos nos escribió esta crónica y con la ayuda de David Sánchez se pudo convertir en un reportaje de vídeo. El cual nos muestra de primera mano las maravillas que pudimos disfrutar en aguas Egipcias.
Juantxo Repiso, Daniel Bidaurre, Andoni Bengoetxea "el tigre", David Quintano, Olatz Zaldua, Jose Mari Zaldua, Unai García, José Formoso, Daniel Landa, Teresa Santos, Félix Aguado, Javier González y David Sánchez fueron los afortunados viajeros.
CRÓNICA DE UN SUEÑO: HACIA AL GRAN AZUL
CAPÍTULO CERO: EL VIAJE
El despertador sonó como una taladradora aquel 22 de marzo del 2019 como a las 5:30 a.m. La noche del jueves 21 se solapó con el nuevo día y cuatro de los integrantes de nuestra historia comenzaron esta aventura en una bodega a orillas del rio Pisuerga en Melgar de Fernamental Burgos.
Comenzaron brindando con champán como si ya supieran que en los días venideros vivirían la experiencia más alucinante de sus vidas. Después corrieron el vino y el orujo casero, abundantes viandas y muchas risas y diversión. Noche corta de nervios y resaca.
El vuelo TK 608 de la Turkish Airlines despegaba puntual del aeropuerto de Madrid Barajas aquel 22 de marzo del 2019. Los trece miembros del equipo nos habíamos encontrado unas horas antes allí llegando en diferentes expediciones. El encuentro fue lo serio y amigable que requiere un viaje de este calado, debido al madrugón y a que a buen seguro cada uno de nosotros vivió su propia aventura antes del encuentro. Las maletas iban repletas de equipos de buceo, poca ropa y un buen puñado de cámaras fotográficas profesionales.
Dentro nosotros, el ansia por descubrir el universo acuático del Rojo que, quien más quien menos, había estudiado en videos y tutoriales. Pronto descubriríamos que los sueños son para vivirlos y que no hay fotografía o película que explique la maravillosa sensación de viajar, de descubrir, de sentir la Vida con mayúsculas.
Nuestro paso por el aeropuerto de Estambul no es digno de una extensa mención en esta crónica porque a pesar de haber pasado allí seis interminables horas esperando la conexión de nuestro siguiente vuelo, el aburrimiento y la falta de una infraestructura digna del siglo XXI, empañarían el relato de un viaje memorable.
EL Boeing 737 nos ofrecía al despegar una espectacular vista nocturna del Bósforo y volamos asomados a las estrellas dirección a nuestro destino: Sharm el-Sheij, Egipto.
Mentiría si dijese que el viaje hasta la península del Sinaí no fue tedioso y cansado.
Tras el protocolario paso por la aduana, un autobús de la agencia nos transportaba hasta un surrealista hotel de 5 estrellas, que si bien era una construcción espectacular, no tenía, por ejemplo, ascensores ni rampas para desplazarse en unas instalaciones tan amplias. Era lo de menos pues ya respirábamos el aire egipcio y aunque cansados, deseábamos dormir todas las horas posibles para embarcar rumbo al Gran Azul.
El transporte hasta el puerto estaba programado a las 8 de la tarde, así que teníamos todo el día para conocer la ciudad de Sharm el-Sheij, construida de la nada en los años 80 para dar soporte a la infraestructura que demandaba uno de los mejores lugares del planeta para practicar el buceo.
La ciudad fue un poco decepcionante, pues parecía un mercado gigante hecho a medida para el turista aunque al fin y al cabo, es lo que era. Paseo, compras de última hora, tarjetas telefónicas y buen humor nos acompañaron a lo largo del día. No olvidaremos la espectacular ensalada de langosta que pidió Dani.
Escapar del frío primaveral y disfrutar liviano de ropa caminando en chanclas era un subidón de adrenalina que iba relajando poco a poco cada centímetro de mi cuerpo. El día se fue rápido y cuando nos quisimos dar cuenta viajábamos en el bus camino del puerto. El área metropolitana era más grande de lo que había imaginado aunque mi cabeza ya sólo pensaba en el Blue Force 2, el barco que meciéndose en el muelle esperaba a aquel grupo tan dispar.
Nos recibía una joven que cubría su cabeza con un pañuelo árabe y ante nuestra sorpresa aparecía tras el pañuelo la encantadora Noemí, una joven mallorquina que atentamente nos dio la bienvenida y con el resto del staff nos acompañó hasta el barco con todos los equipos y maletas.
CAPÍTULO PRIMERO: LA CAMPANA
El intenso olor a pintura se extendía a lo largo de un espectacular barco que nos deslumbró desde que pusimos el primer pie en él: El Blue Force 2. Quedaban por delante 7 noches y ocho días de aventura surcando las aguas del Mar Rojo en las inmediaciones de la península del Sinaí.
Tras una breve presentación nos instalamos cada cual en sus respectivos camarotes. En este breve saludo nos explicaron que el barco acababa de ser reformado y éramos los afortunados viajeros que disfrutarían de la nueva botadura.
Blanco, luz, aire fresco, estrellas en el cielo… Esos son mis recuerdo de aquellas primeras horas. Cada cual a su modo, celebrábamos nuestra inmensa suerte.
Una vez instalados nos reunimos en la primera planta de cubierta, nerviosos como chiquillos que salían de excursión por primera vez. EL barco contaba con tres alturas, una baja con comedor y cocina en proa y con el área de equipo de buceo en popa, una segunda con una terraza exterior y camarotes y una tercera con solárium.
En esa primera reunión nos presentamos, conocimos a los profesionales que nos acompañarían esos días, entre ellos los otros dos guías, Farid y Tamer que nos explicaron brevemente las indicaciones a tener en cuenta, los planes previstos y algo que nos llamó la atención; la campana.
La harían sonar sólo por dos motivos: Para comer o para bucear. En aquel momento no fui consciente de que aquel sonido maravilloso del bronce repiqueteando en el mar sería sólo anticipo de cosas absolutamente maravillosas.
Ahora sí, comienza la crónica de un sueño.
CAPÍTULO SEGUNDO: AL AGUA
Sonaba el despertador y nos desperezábamos poco a poco. El cansancio de un largo viaje cobraba su peaje. Nos acostamos pronto y el barco nos meció en la noche estrellada haciendo que durmiéramos como niños. Lo necesitaríamos; y tanto. Nos esperaban cuatro inmersiones diarias y teníamos que estar en óptimas condiciones para afrontar el reto, aunque ese primer día sólo serían 2.
Los buceadores íbamos apareciendo por los pasillos, buscando una taza de té caliente, bebida que por cierto fue la más solicitada, salvo por algún que otro cervecero que también supo aprovechar la nevera del barco…
A las seis sonaba la campana y en pocos minutos estábamos todos puntuales en el comedor, con caras de sueño pero ansiosos de recibir las primeras indicaciones.
Noemí, sería una de nuestros guías en las inmersiones junto a Farid y Tamer. Encajada sin esfuerzo alguno en la esquina de la repisa junto al televisor, Noemí nos explicó en el primer “breafing” las peculiaridades y recomendaciones de nuestro primer buceo.
Fondeamos la noche anterior en la bahía de Gordon, zona donde bucearíamos por la mañana. La primera inmersión sería “El templo”, rondando los 30 metros de profundidad máxima. Y tras las precisas y necesarias indicaciones, por fin, a ponernos los neoprenos, configurar los ordenadores en nitrox y lanzarnos al agua en los grupos convenidos, cada cual acompañados de los guías que pronto se ganarían nuestros corazones.
Mientras el aire de nuestros chalecos se vaciaba nos íbamos sumergiendo en un auténtico espectáculo de la naturaleza. Una visibilidad excepcional vaticinaba las maravillas que estábamos por descubrir. Cientos, miles, millones y millones de peces nos aguardaban en el descenso. Los arrecifes de coral y las grandes paredes que descendían hacia el gran azul estaban plagadas de vida por doquier.
No hay imagen, ni verso ni palabra que pueda describir con precisión las innumerables maravillas que se ofrecían ante nuestros ojos. No hay poesía ni canción que pueda relatar la sensación nos invadía a todos y cada uno de nosotros mientras nos deslizábamos por las aguas del Mar rojo. Pez payaso, barracudas, un gigante Napoleón, la visita inesperada de un banco de atunes. La lista sería interminable. Juzguen ustedes mismos.
La emoción se apoderaba de la popa del Blue Force 2 mientras nos quitábamos los equipos, con la inestimable ayuda de un profesional staff que en todo momento nos ayudaba con los equipos. Los comentarios volaban en forma de gritos de un lado al otro del barco, las preguntas sobra lo que habíamos visto y lo que no… Muestras en las cámaras de fotos, éxtasis, alegría, inmensas sonrisas en las caras, todo era alucinante y no había hecho nada más que comenzar.
A los pocos minutos tocaba la campana. Qué sonido maravilloso!!! Un espectacular buffet libre nos aguardaba. Estábamos en manos del mejor cocinero del mundo, el maestro Husein, ¡qué suerte la nuestra!
Tras una merecida siesta y mientras el capitán Tarek nos dirigía a la zona de Tirán, sonaba de nuevo la campana para hacer que los buceadores nos reuniésemos de nuevo en el comedor para recibir el consabido breafing sobre nuestra próxima inmersión: Gordon.
Al poco rato estábamos de nuevo buceando asombrados ante el espectáculo único que la madre naturaleza nos ofrecía. Un vergel de vida natural y vegetal ante nuestros ojos, de vida grande y pequeñita, de vida colorida y alegre, de vida con mayúsculas.
De nuevo en cubierta sonaba la campana y al poco rato estábamos cenando en el comedor, sabedores de nuestras suerte.
De esto modo nos vimos poco a poco absorbidos por una rutina de descanso, buceos y comida, aderezada con buenas dosis de humor, canciones y nuestro ya famoso himno grupal: “El choque de prepus”, que se fue extendiendo poco a poco desde el grupo a la tripulación, para disfrute y algarabía de todos.
Thomas Reef, Gordon, Laguna, las inmersiones se sucedían, 3 diurnas y una nocturna cada día en un bucle perfecto. El coral, los arrecifes, las anémonas hogar del pez payaso, hasta las paredes que descendían al abismo del azul parecían cobrar vida. Especias desconocidas, bancos de túnidos, enormes tortugas, pequeños nudibránquios, peces escorpión… Era innumerable la cantidad de especies que aparecían ante nuestros ojos.
Jakcson Reef, Wood house roof, Yolanda Reef, Beacon Reef… Las inmersiones se sucedían entre Tirán y la bahía de Ras Mohamed, el sol brillaba y la campana marcaba el paso de nuestros días. En la terraza sonaba a coro “No puedo vivir sin ti” que se convirtió en nuestra propia banda sonora.
El templo, Gordon de nuevo, más buceos, más comida, más aire egipcio rozando nuestras caras… Sensación de plenitud.
Perfecta rutina que se vio quebrada para celebrar el cumpleaños de Repiso, nada menos que 74 vueltas al sol, un maestro buceador donostiarra a quien el destino tuvo a bien y con buen criterio regalarle un nuevo aniversario en un centro mundial del buceo. Merecidísimo, como pionero en Euskadi y ante todo por ser una persona sencilla y encantadora, que como maestro de la Old school buceo cada día con aire, renunciando a la modernidad del Nitrox: Felicidades Maestro.
Sólo tuvimos que cancelar una inmersión nocturna el día 24 en Gordon Reef, debido a un inesperado y momentáneo cambio de tiempo que no garantizaba las condiciones óptimas para el buceo. Daba igual, teníamos comida, bebida y una guitarra.
El capitán seguía surcando las aguas de Rojo y las inmersiones se sucedían: Shaark Yolanda, Ras Gozlani, Ras um Sid, de nuevo el Templo… Hasta algunos afortunados pudimos ver un tiburón de punta blanca nadando majestuoso cerca de un banco de enormes atunes. El Mar Rojo seguía ofreciéndonos un espectáculo visual y sensorial tras otro, con las peculiaridades que cada inmersión nos regalaba, en unas condiciones perfectas para disfrutar de nuestra pasión, salvo en una ocasión donde una fuerte corriente nos puso en ciertas dificultades.
CAPÍTULO III: EL THISTLEGORM
Los días quinto y sexto merecen un capítulo aparte para hablar del Thistlegorm, un carguero inglés utilizado por el ejército inglés en la segunda guerra mundial para abastecer de equipos y municiones a su ejército apostado en África.
Lamentablemente para ellos, dos bombarderos alemanes le dieron caza mientras se dirigía al Canal de Suez, quizás confundiéndolo con el Queen Mary. En pocos minutos y alcanzado por dos bombas se sumergía en las aguas del Mar Rojo de aquel 6 de octubre del 1941 para siempre, convirtiéndose años después en leyenda gracias al mismísimo Capitán Cousteau, que tras descubrirlo se negó a desvelar su paradero.
En los años noventa volvía a descubrirse para disfrute de todos los amantes del buceo, convirtiéndose en el pecio más famoso de todos los mares del planeta. No era para menos, los cerca de 120 metros de eslora del carguero botado en Glasgow eran un inquietante espectáculo para todos.
Transportaba todo tipo de material, desde un tren completo a varios tanques, alas de avión, camiones repletos de motocicletas, botas, balas y todo tipo de suministro que en la mayoría de los casos aún descansaban en las bodegas o repartidos a varios metros del desgraciado casco.
Los peces y corales iban haciendo suyo aquel espectacular barco que un día intento servir a las fuerzas del Eje contra el ejército nazi y la naturaleza reclamaba como suyo aquel pecio.
Decenas de buceadores nos sumergíamos deslumbrados entre sus puertas y bodegas, con una extraña sensación de dolor y tristeza, descubriendo de primera mano la estupidez que parece perseguir al ser humano que parece destinado a no aprender de sus errores.
Debo reconocer que en varios momentos me poseyó la angustia y una extraña sensación al descubrir aquel cementerio acuático en el que varios hombres perdieron la vida.
Hicieron falta cuatro inmersiones para descubrir en su totalidad aquella mole de acero que no pudo hacer nada ante el ataque alemán. Inolvidable.
CAPÍTULO CUARTO: NO PUEDO VIVIR SIN TI
“No hay manera, no quiero estar sin ti, no hay manera”… La canción seguía meciendo nuestros oídos y la hermandad se había apoderado del barco. Las inmersiones y los días se sucedían; Dunraven, Ras Mohamed… El espectáculo continuaba cada día en forma de cuatro buceos, deliciosas viandas y mucha diversión. Los “Choques de prepús” se hacían hasta debajo del agua. El Staff mantenía su profesionalidad y sentido del humor. Camaradería, simpatía y alegría. Esas eran nuestras banderas.
Pero el viaje llegaba a su fin y el capitán Tarek nos acercaba al puerto de Sharm el-Sheij para pasar la última noche en la que tuvimos un pequeño sobresalto. De madrugada sentíamos que el barco se movía en contra de lo que nos habían explicado antes de acostarnos, pues dormiríamos en puerto para desembarcar al día siguiente. Una inesperada tormenta nos sacudía y movía el barco de manera violenta. El sonido de algunas botellas cayendo nos despertó mientras el capitán nos llevaba a un lugar más seguro. En apenas una hora atracábamos de nuevo sin mayor dificultad. Tan sólo una anécdota en el viaje que llegaba a su fin.
Fue extraño poner el pie en tierra tras 8 días de navegación. Al menos yo nunca había estado tanto tiempo embarcado y me sentí extraño al caminar en el puerto deportivo de Sharm el-Sheij, esperando a que el autobús que iba a recogernos nos llevase de nuevo al mismo hotel que nos recibía el primer día.
Nos despedíamos con tristeza de toda la tripulación pero con la firme promesa de volver a vernos algún día. Y es una promesa que al menos en mi caso, cumpliré.
Una copiosa comida de hermandad en un restaurante recomendado por Tamer que no nos decepcionó, era la guinda del pastel para un viaje perfecto, sin fallos ni fisuras, sin malos recuerdos que llevar a casa.
Tras un interminable desfile de controles en el aeropuerto nos encontrábamos de nuevo en el avión camino de Madrid, tras una corta parada de nuevo en Estambul.
En el aeropuerto los abrazos sinceros servían de despedida de un viaje que a buen seguro nos ha marcado a todos para el resto de nuestras vidas. El viaje de nuestros sueños, hacia el Mar Rojo, hacia el Gran Azul.
Finalmente un grupo de 9 compañeros de subacuáticas hemos podido cumplir la promesa de volver al Rojo tras el primer viaje que realizamos a Sharm el-Sheij (Egipto) en Marzo de 2019. En cuanto tengamos el material preparado publicaremos el post sobre el viaje de este año. Por el momento, aquí os mostramos la crónica del viaje que realizamos el pasado año, antes de toda esta película que estamos viviendo actualmente con el Covid.
Nuestro amigo Javier Castro desde Burgos nos escribió esta crónica y con la ayuda de David Sánchez se pudo convertir en un reportaje de vídeo. El cual nos muestra de primera mano las maravillas que pudimos disfrutar en aguas Egipcias.
Juantxo Repiso, Daniel Bidaurre, Andoni Bengoetxea "el tigre", David Quintano, Olatz Zaldua, Jose Mari Zaldua, Unai García, José Formoso, Daniel Landa, Teresa Santos, Félix Aguado, Javier González y David Sánchez fueron los afortunados viajeros.
CRÓNICA DE UN SUEÑO: HACIA AL GRAN AZUL
CAPÍTULO CERO: EL VIAJE
El despertador sonó como una taladradora aquel 22 de marzo del 2019 como a las 5:30 a.m. La noche del jueves 21 se solapó con el nuevo día y cuatro de los integrantes de nuestra historia comenzaron esta aventura en una bodega a orillas del rio Pisuerga en Melgar de Fernamental Burgos.
Comenzaron brindando con champán como si ya supieran que en los días venideros vivirían la experiencia más alucinante de sus vidas. Después corrieron el vino y el orujo casero, abundantes viandas y muchas risas y diversión. Noche corta de nervios y resaca.
El vuelo TK 608 de la Turkish Airlines despegaba puntual del aeropuerto de Madrid Barajas aquel 22 de marzo del 2019. Los trece miembros del equipo nos habíamos encontrado unas horas antes allí llegando en diferentes expediciones. El encuentro fue lo serio y amigable que requiere un viaje de este calado, debido al madrugón y a que a buen seguro cada uno de nosotros vivió su propia aventura antes del encuentro. Las maletas iban repletas de equipos de buceo, poca ropa y un buen puñado de cámaras fotográficas profesionales.
Dentro nosotros, el ansia por descubrir el universo acuático del Rojo que, quien más quien menos, había estudiado en videos y tutoriales. Pronto descubriríamos que los sueños son para vivirlos y que no hay fotografía o película que explique la maravillosa sensación de viajar, de descubrir, de sentir la Vida con mayúsculas.
Nuestro paso por el aeropuerto de Estambul no es digno de una extensa mención en esta crónica porque a pesar de haber pasado allí seis interminables horas esperando la conexión de nuestro siguiente vuelo, el aburrimiento y la falta de una infraestructura digna del siglo XXI, empañarían el relato de un viaje memorable.
EL Boeing 737 nos ofrecía al despegar una espectacular vista nocturna del Bósforo y volamos asomados a las estrellas dirección a nuestro destino: Sharm el-Sheij, Egipto.
Mentiría si dijese que el viaje hasta la península del Sinaí no fue tedioso y cansado.
Tras el protocolario paso por la aduana, un autobús de la agencia nos transportaba hasta un surrealista hotel de 5 estrellas, que si bien era una construcción espectacular, no tenía, por ejemplo, ascensores ni rampas para desplazarse en unas instalaciones tan amplias. Era lo de menos pues ya respirábamos el aire egipcio y aunque cansados, deseábamos dormir todas las horas posibles para embarcar rumbo al Gran Azul.
El transporte hasta el puerto estaba programado a las 8 de la tarde, así que teníamos todo el día para conocer la ciudad de Sharm el-Sheij, construida de la nada en los años 80 para dar soporte a la infraestructura que demandaba uno de los mejores lugares del planeta para practicar el buceo.
La ciudad fue un poco decepcionante, pues parecía un mercado gigante hecho a medida para el turista aunque al fin y al cabo, es lo que era. Paseo, compras de última hora, tarjetas telefónicas y buen humor nos acompañaron a lo largo del día. No olvidaremos la espectacular ensalada de langosta que pidió Dani.
Escapar del frío primaveral y disfrutar liviano de ropa caminando en chanclas era un subidón de adrenalina que iba relajando poco a poco cada centímetro de mi cuerpo. El día se fue rápido y cuando nos quisimos dar cuenta viajábamos en el bus camino del puerto. El área metropolitana era más grande de lo que había imaginado aunque mi cabeza ya sólo pensaba en el Blue Force 2, el barco que meciéndose en el muelle esperaba a aquel grupo tan dispar.
Nos recibía una joven que cubría su cabeza con un pañuelo árabe y ante nuestra sorpresa aparecía tras el pañuelo la encantadora Noemí, una joven mallorquina que atentamente nos dio la bienvenida y con el resto del staff nos acompañó hasta el barco con todos los equipos y maletas.
CAPÍTULO PRIMERO: LA CAMPANA
El intenso olor a pintura se extendía a lo largo de un espectacular barco que nos deslumbró desde que pusimos el primer pie en él: El Blue Force 2. Quedaban por delante 7 noches y ocho días de aventura surcando las aguas del Mar Rojo en las inmediaciones de la península del Sinaí.
Tras una breve presentación nos instalamos cada cual en sus respectivos camarotes. En este breve saludo nos explicaron que el barco acababa de ser reformado y éramos los afortunados viajeros que disfrutarían de la nueva botadura.
Blanco, luz, aire fresco, estrellas en el cielo… Esos son mis recuerdo de aquellas primeras horas. Cada cual a su modo, celebrábamos nuestra inmensa suerte.
Una vez instalados nos reunimos en la primera planta de cubierta, nerviosos como chiquillos que salían de excursión por primera vez. EL barco contaba con tres alturas, una baja con comedor y cocina en proa y con el área de equipo de buceo en popa, una segunda con una terraza exterior y camarotes y una tercera con solárium.
En esa primera reunión nos presentamos, conocimos a los profesionales que nos acompañarían esos días, entre ellos los otros dos guías, Farid y Tamer que nos explicaron brevemente las indicaciones a tener en cuenta, los planes previstos y algo que nos llamó la atención; la campana.
La harían sonar sólo por dos motivos: Para comer o para bucear. En aquel momento no fui consciente de que aquel sonido maravilloso del bronce repiqueteando en el mar sería sólo anticipo de cosas absolutamente maravillosas.
Ahora sí, comienza la crónica de un sueño.
CAPÍTULO SEGUNDO: AL AGUA
Sonaba el despertador y nos desperezábamos poco a poco. El cansancio de un largo viaje cobraba su peaje. Nos acostamos pronto y el barco nos meció en la noche estrellada haciendo que durmiéramos como niños. Lo necesitaríamos; y tanto. Nos esperaban cuatro inmersiones diarias y teníamos que estar en óptimas condiciones para afrontar el reto, aunque ese primer día sólo serían 2.
Los buceadores íbamos apareciendo por los pasillos, buscando una taza de té caliente, bebida que por cierto fue la más solicitada, salvo por algún que otro cervecero que también supo aprovechar la nevera del barco…
A las seis sonaba la campana y en pocos minutos estábamos todos puntuales en el comedor, con caras de sueño pero ansiosos de recibir las primeras indicaciones.
Noemí, sería una de nuestros guías en las inmersiones junto a Farid y Tamer. Encajada sin esfuerzo alguno en la esquina de la repisa junto al televisor, Noemí nos explicó en el primer “breafing” las peculiaridades y recomendaciones de nuestro primer buceo.
Fondeamos la noche anterior en la bahía de Gordon, zona donde bucearíamos por la mañana. La primera inmersión sería “El templo”, rondando los 30 metros de profundidad máxima. Y tras las precisas y necesarias indicaciones, por fin, a ponernos los neoprenos, configurar los ordenadores en nitrox y lanzarnos al agua en los grupos convenidos, cada cual acompañados de los guías que pronto se ganarían nuestros corazones.
Mientras el aire de nuestros chalecos se vaciaba nos íbamos sumergiendo en un auténtico espectáculo de la naturaleza. Una visibilidad excepcional vaticinaba las maravillas que estábamos por descubrir. Cientos, miles, millones y millones de peces nos aguardaban en el descenso. Los arrecifes de coral y las grandes paredes que descendían hacia el gran azul estaban plagadas de vida por doquier.
No hay imagen, ni verso ni palabra que pueda describir con precisión las innumerables maravillas que se ofrecían ante nuestros ojos. No hay poesía ni canción que pueda relatar la sensación nos invadía a todos y cada uno de nosotros mientras nos deslizábamos por las aguas del Mar rojo. Pez payaso, barracudas, un gigante Napoleón, la visita inesperada de un banco de atunes. La lista sería interminable. Juzguen ustedes mismos.
La emoción se apoderaba de la popa del Blue Force 2 mientras nos quitábamos los equipos, con la inestimable ayuda de un profesional staff que en todo momento nos ayudaba con los equipos. Los comentarios volaban en forma de gritos de un lado al otro del barco, las preguntas sobra lo que habíamos visto y lo que no… Muestras en las cámaras de fotos, éxtasis, alegría, inmensas sonrisas en las caras, todo era alucinante y no había hecho nada más que comenzar.
A los pocos minutos tocaba la campana. Qué sonido maravilloso!!! Un espectacular buffet libre nos aguardaba. Estábamos en manos del mejor cocinero del mundo, el maestro Husein, ¡qué suerte la nuestra!
Tras una merecida siesta y mientras el capitán Tarek nos dirigía a la zona de Tirán, sonaba de nuevo la campana para hacer que los buceadores nos reuniésemos de nuevo en el comedor para recibir el consabido breafing sobre nuestra próxima inmersión: Gordon.
Al poco rato estábamos de nuevo buceando asombrados ante el espectáculo único que la madre naturaleza nos ofrecía. Un vergel de vida natural y vegetal ante nuestros ojos, de vida grande y pequeñita, de vida colorida y alegre, de vida con mayúsculas.
De nuevo en cubierta sonaba la campana y al poco rato estábamos cenando en el comedor, sabedores de nuestras suerte.
De esto modo nos vimos poco a poco absorbidos por una rutina de descanso, buceos y comida, aderezada con buenas dosis de humor, canciones y nuestro ya famoso himno grupal: “El choque de prepus”, que se fue extendiendo poco a poco desde el grupo a la tripulación, para disfrute y algarabía de todos.
Thomas Reef, Gordon, Laguna, las inmersiones se sucedían, 3 diurnas y una nocturna cada día en un bucle perfecto. El coral, los arrecifes, las anémonas hogar del pez payaso, hasta las paredes que descendían al abismo del azul parecían cobrar vida. Especias desconocidas, bancos de túnidos, enormes tortugas, pequeños nudibránquios, peces escorpión… Era innumerable la cantidad de especies que aparecían ante nuestros ojos.
Jakcson Reef, Wood house roof, Yolanda Reef, Beacon Reef… Las inmersiones se sucedían entre Tirán y la bahía de Ras Mohamed, el sol brillaba y la campana marcaba el paso de nuestros días. En la terraza sonaba a coro “No puedo vivir sin ti” que se convirtió en nuestra propia banda sonora.
El templo, Gordon de nuevo, más buceos, más comida, más aire egipcio rozando nuestras caras… Sensación de plenitud.
Perfecta rutina que se vio quebrada para celebrar el cumpleaños de Repiso, nada menos que 74 vueltas al sol, un maestro buceador donostiarra a quien el destino tuvo a bien y con buen criterio regalarle un nuevo aniversario en un centro mundial del buceo. Merecidísimo, como pionero en Euskadi y ante todo por ser una persona sencilla y encantadora, que como maestro de la Old school buceo cada día con aire, renunciando a la modernidad del Nitrox: Felicidades Maestro.
Sólo tuvimos que cancelar una inmersión nocturna el día 24 en Gordon Reef, debido a un inesperado y momentáneo cambio de tiempo que no garantizaba las condiciones óptimas para el buceo. Daba igual, teníamos comida, bebida y una guitarra.
El capitán seguía surcando las aguas de Rojo y las inmersiones se sucedían: Shaark Yolanda, Ras Gozlani, Ras um Sid, de nuevo el Templo… Hasta algunos afortunados pudimos ver un tiburón de punta blanca nadando majestuoso cerca de un banco de enormes atunes. El Mar Rojo seguía ofreciéndonos un espectáculo visual y sensorial tras otro, con las peculiaridades que cada inmersión nos regalaba, en unas condiciones perfectas para disfrutar de nuestra pasión, salvo en una ocasión donde una fuerte corriente nos puso en ciertas dificultades.
CAPÍTULO III: EL THISTLEGORM
Los días quinto y sexto merecen un capítulo aparte para hablar del Thistlegorm, un carguero inglés utilizado por el ejército inglés en la segunda guerra mundial para abastecer de equipos y municiones a su ejército apostado en África.
Lamentablemente para ellos, dos bombarderos alemanes le dieron caza mientras se dirigía al Canal de Suez, quizás confundiéndolo con el Queen Mary. En pocos minutos y alcanzado por dos bombas se sumergía en las aguas del Mar Rojo de aquel 6 de octubre del 1941 para siempre, convirtiéndose años después en leyenda gracias al mismísimo Capitán Cousteau, que tras descubrirlo se negó a desvelar su paradero.
En los años noventa volvía a descubrirse para disfrute de todos los amantes del buceo, convirtiéndose en el pecio más famoso de todos los mares del planeta. No era para menos, los cerca de 120 metros de eslora del carguero botado en Glasgow eran un inquietante espectáculo para todos.
Transportaba todo tipo de material, desde un tren completo a varios tanques, alas de avión, camiones repletos de motocicletas, botas, balas y todo tipo de suministro que en la mayoría de los casos aún descansaban en las bodegas o repartidos a varios metros del desgraciado casco.
Los peces y corales iban haciendo suyo aquel espectacular barco que un día intento servir a las fuerzas del Eje contra el ejército nazi y la naturaleza reclamaba como suyo aquel pecio.
Decenas de buceadores nos sumergíamos deslumbrados entre sus puertas y bodegas, con una extraña sensación de dolor y tristeza, descubriendo de primera mano la estupidez que parece perseguir al ser humano que parece destinado a no aprender de sus errores.
Debo reconocer que en varios momentos me poseyó la angustia y una extraña sensación al descubrir aquel cementerio acuático en el que varios hombres perdieron la vida.
Hicieron falta cuatro inmersiones para descubrir en su totalidad aquella mole de acero que no pudo hacer nada ante el ataque alemán. Inolvidable.
CAPÍTULO CUARTO: NO PUEDO VIVIR SIN TI
“No hay manera, no quiero estar sin ti, no hay manera”… La canción seguía meciendo nuestros oídos y la hermandad se había apoderado del barco. Las inmersiones y los días se sucedían; Dunraven, Ras Mohamed… El espectáculo continuaba cada día en forma de cuatro buceos, deliciosas viandas y mucha diversión. Los “Choques de prepús” se hacían hasta debajo del agua. El Staff mantenía su profesionalidad y sentido del humor. Camaradería, simpatía y alegría. Esas eran nuestras banderas.
Pero el viaje llegaba a su fin y el capitán Tarek nos acercaba al puerto de Sharm el-Sheij para pasar la última noche en la que tuvimos un pequeño sobresalto. De madrugada sentíamos que el barco se movía en contra de lo que nos habían explicado antes de acostarnos, pues dormiríamos en puerto para desembarcar al día siguiente. Una inesperada tormenta nos sacudía y movía el barco de manera violenta. El sonido de algunas botellas cayendo nos despertó mientras el capitán nos llevaba a un lugar más seguro. En apenas una hora atracábamos de nuevo sin mayor dificultad. Tan sólo una anécdota en el viaje que llegaba a su fin.
Fue extraño poner el pie en tierra tras 8 días de navegación. Al menos yo nunca había estado tanto tiempo embarcado y me sentí extraño al caminar en el puerto deportivo de Sharm el-Sheij, esperando a que el autobús que iba a recogernos nos llevase de nuevo al mismo hotel que nos recibía el primer día.
Nos despedíamos con tristeza de toda la tripulación pero con la firme promesa de volver a vernos algún día. Y es una promesa que al menos en mi caso, cumpliré.
Una copiosa comida de hermandad en un restaurante recomendado por Tamer que no nos decepcionó, era la guinda del pastel para un viaje perfecto, sin fallos ni fisuras, sin malos recuerdos que llevar a casa.
Tras un interminable desfile de controles en el aeropuerto nos encontrábamos de nuevo en el avión camino de Madrid, tras una corta parada de nuevo en Estambul.
En el aeropuerto los abrazos sinceros servían de despedida de un viaje que a buen seguro nos ha marcado a todos para el resto de nuestras vidas. El viaje de nuestros sueños, hacia el Mar Rojo, hacia el Gran Azul.
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